EDITORIAL DEL DIARIO "EL PAÍS" ."CARIBEÑOS DINÁSTICOS"

[EDITORIAL]
Caribeños dinásticos
Lo dijo Raúl Castro: "A mí no me eligieron presidente para restaurar el capitalismo en Cuba". Esas palabras fueron pronunciadas hace un mes en La Habana, al clausurarse la primera sesión parlamentaria de este año, y con ellas el menor de los Castro pretendía neutralizar los indicios aperturistas con que inauguró su presidencia, unos síntomas alentadores que incluyeron la autorización para comprar celulares o computadoras, y que luego sin embargo se desvanecieron. De cualquier manera, lo pintoresco de su afirmación es que en realidad él no fue elegido. El plural que utilizó para sugerir que su designación se había efectuado a través de un mecanismo formal, en realidad ocultaba el hecho de que fue simplemente señalado con el dedo por su hermano mayor, el comandante que gobernó la isla durante casi medio siglo, desde enero de 1959, antes de replegarse por razones de salud en julio de 2006. De hecho, Raúl heredó dinásticamente ese cargo, para el que fue confirmado oficialmente en febrero de 2008.
En los regímenes comunistas parece bastante viable la transmisión del poder por vía familiar, porque en esa materia Corea del Norte le ganó de mano a Cuba, sacralizando lo que en verdad es una de las formas del nepotismo, un vicio que define la desmedida preferencia que en algunos sistemas políticos se concede a los parientes para ocupar empleos públicos y a veces dignidades de primera línea. Pueden ser parientes consanguíneos o también -por qué no- relaciones por vía conyugal, como sucede en otros lados. La cuestión es retener el poder, y nadie -ni siquiera Fidel Castro, con sus acrobacias verbales, su elocuencia inextinguible y su caudalosa retórica- podría enmascarar las evidencias del nepotismo en un régimen como el cubano, esa pirámide gerontológica cuyos dirigentes siguen demostrando una desconfianza senil ante las generaciones que vienen detrás de ellos.
Es gracioso observar ahora cómo ese gobierno endogámico recela por ejemplo de los mandatarios norteamericanos -aunque se trate del indulgente Obama- mientras no tuvo el menor escrúpulo en admitir la influencia igualmente imperial de la Unión Soviética, que tuteló a Cuba durante tres décadas mediante la filantropía de una lluvia de rublos, desde Krushchev hasta Gorbachov, aportando un diluvio de asesores civiles y militares, mientras el régimen continuaba hablando de soberanía, como si la soberanía pudiera flecharse igual que ciertas calles.
Cuando la burbuja soviética implosionó en 1990, la economía cubana quedó a la intemperie, exhibiendo sus dramáticas fragilidades. En el comienzo de la Revolución, el castrismo había repudiado el monocultivo (dependiente del azúcar, claro está) acusando de esa limitación al control norteamericano que obligaba a la isla a importar de Miami todos los tomates, lechugas y papas que consumía. Medio siglo después de aquel reclamo, Cuba importa hoy el 80% de los víveres que consume su población, tiene una producción agrícola casi inexistente, reconoce que el crecimiento de su PBI ya no será como suponía del 6% anual en el 2009 y fija ahora esa tasa en el 1%, aunque no sería difícil que en definitiva bajara a cero. El níquel, un mineral que se destaca entre las exportaciones cubanas, se desplomó en el mercado mundial desde 54.000 dólares la tonelada a 10.000. Los profesionales ganan en Cuba un sueldo mensual que ronda los 20 (veinte) dólares. El déficit comercial creció un 65% en 2008, alcanzando los 11.400 millones de dólares y en los últimos meses la construcción de viviendas bajó a la cuarta parte de lo que era usual.
Raúl, el hermanísimo, debió transmitir malas noticias al pueblo cubano en el discurso con que se recordó otro aniversario del asalto al cuartel Moncada. Como de costumbre, para ese acto se logró una concurrencia enorme, estimada en 200.000 personas, dispuesta a escuchar la letanía del oficialismo. Allí el presidente mencionó una reducción del 12% en el consumo de electricidad, lo que podrá suponer más apagones de los ya habituales, mientras se mostraba magnánimo al "autorizar el pluriempleo", frase que suena como un sarcasmo similar al que podría utilizarse para autorizar la desocupación o la pobreza. Si la familia Castro sintiera respeto por el pueblo que gobierna desde hace cinco décadas, le habría concedido el beneficio del voto libre cuando debió cambiar la cúpula del poder. Pero eligió en cambio el mecanismo palaciego de una dinastía. Así están esos once millones de súbditos.
El País Digital