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CUATRO MÁRTIRES

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RED URUGUAYA POR DEMOCRACIA PARA CUBA

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miércoles, 28 de enero de 2009

NI VIVO NI MUERTO



Ni vivo, ni muerto
Antonio Mercader

"Pregúntele al doctor Tabaré Vázquez", aconsejó un diplomático cubano acosado por periodistas ansiosos por confirmar si Fidel Castro está vivo. Eso fue dicho en una capital caribeña, pero el consejo debió resonar en Buenos Aires en donde crecen las sospechas sobre la autenticidad de la foto del cubano con Cristina Kirchner. El rumor de que el dictador murió hace rato y que sus fotos están trucadas, indujo al diplomático a evocar al presidente uruguayo cuando, en junio de 2008, tras su cita con Castro, declaró que lo encontró "muy bien" de salud, una opinión valiosa dada su condición de médico.

Es una ironía del destino que se tome al presidente de Uruguay como garante de la salud y hasta de la existencia de Castro, un saboteador nato de nuestra democracia desde los años sesenta. Todo lo cual ocurre siete meses después de concretado aquel encuentro con Vázquez en La Habana del que, dicho sea de paso, jamás se publicó una foto, a diferencia de lo sucedido ahora con la presidenta argentina.

En el caso de Cristina Kirchner, la prensa de Buenos Aires se está haciendo un festín con un testimonio gráfico en donde Castro y ella lucen tan retocados y artificiales que la foto huele a trampa por todos lados.

Haya o no engaño, sobreviva o no Castro, esa ambigüedad muestra el personalismo al que conducen los regímenes totalitarios, siempre dependientes de que su líder supremo esté en condiciones de empuñar el cetro. El curriculum vitae de los dictadores suele terminar -como el de todos los mortales- en un parte clínico, sólo que en el caso de ellos el parte es más denso y turbio, de modo de estirar al tope ese estado de no vida-no muerte en que se los pretende conservar.

Eso sucedió con autócratas de todo signo, desde Stalin a Franco, cuyo final -y el anuncio de su final- se postergó hasta el límite, de modo que la gente fuera orejeando y asimilando el momento tan temido: la noticia de su muerte.

Eso es lo que está pasando en Cuba, dos años y medio después de la desaparición pública de Fidel. Para dar tranquilidad ya no es suficiente con haber encumbrado a su opaco hermano Raúl al frente del gobierno, ni la omnipresencia del Ejército, ni la maquinaria del partido comunista controlando la respiración de la isla y ni siquiera la visita legitimante de algún presidente latinoamericano amigo. No. Se necesita de tanto en tanto dar alguna traza de que el líder aún respira y está allí supervisándolo todo, para lo cual se recurre a diversas añagazas, incluidas esas fotos sospechosas.

En esa materia, los regímenes comunistas poseen una rica experiencia. Recuérdense aquellas imágenes del balcón del Kremlin en donde año tras año, laboratorio fotográfico mediante, se iba esfumando la figura de los jefazos caídos en desgracia. Se extinguían sin dejar rastros, como si nunca hubieran estado allí. Desde entonces, retocar y manipular los retratos de los líderes ha sido moneda corriente en las dictaduras, como lo prueban hoy las nebulosas imágenes del camarada Kim Jong II, presidente de Corea del Norte, otro dinasta comunista cuyo actual estado de salud causa incertidumbre.

La democracia tiene complicaciones, pero ninguna tan grande como la de andar falseando la vida y la muerte de los presidentes. Es que su estabilidad no depende de ningún hombre providencial ni de las leyes de la herencia, sino de algo tan sencillo y transparente como la opinión ciudadana expresada en las urnas, una experiencia que Fidel Castro nunca conoció.


El País Digital
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