IKE, GUSTAV Y CHÁVEZ
Huber Matos Araluce, San José, Costa Rica.
Los desastres causados por Ike y Gustav en Cuba tendrán consecuencias políticas. Con una economía en crisis, la dictadura no tiene los recursos necesarios para la reconstrucción. El régimen, que pudo haber aprovechado la situación para iniciar, en el marco de un contexto humanitario, un intercambio con Washington, rechazó la oferta de que una delegación de expertos estadounidenses viajara a Cuba a valorar los daños y determinar las necesidades. En su lugar, calladamente han apelado a Hugo Chávez, cuya subvención actual mantiene al régimen a flote, y de quien esperan la ayuda necesaria para navegar en el mar de descontento que se agita contra una gerontocracia que ni corta el palo ni presta el hacha. Chávez no tiene alternativa, con un ingreso de más de 300 millones de dólares diarios a su disposición personal, tendrá que asumir los gastos.
La economía cubana no genera recursos para financiar la reconstrucción. La dictadura no logrará los créditos que necesita porque las exportaciones cubanas son insuficientes. El régimen le debe a todo el mundo y no honra sus deudas. En una isla famosa por la fertilidad de sus tierras, hay que importar la mayoría de los alimentos que consume la población. Sin el combustible que manda Venezuela como subvención, la actividad económica se acercaría al colapso. Las dos únicas industrias que funcionan, el turismo y la minería, están en manos de empresas capitalistas extranjeras que se quedan con la mayor parte de las ganancias. Las reformas que prometieron los fidelianos para estimular la economía fueron un truco con el fin de consolidar la sucesión y se han empantanado por el temor a que el pueblo exigiera más cambios.
Desde un principio el régimen reaccionó con temor, disfrazado de patriotería, a la oferta norteamericana de enviar un grupo de especialistas para que evaluara los daños y determinara los recursos que se necesitarían. El escenario de un pueblo desesperado recibiendo ayuda masiva del gobierno norteamericano y del exilio cubano, representaría para ellos un factor desestabilizador demasiado peligroso. La dictadura prefiere tener a los cubanos aislados y acorralados. La prioridad siempre ha sido su sumisión, no sus necesidades. Por esta razón politizaron la situación exigiendo el levantamiento de las restricciones y del embargo, injusto, cruel. A menos de dos meses de las elecciones norteamericanas este planteamiento se hizo con el propósito de torpedear la iniciativa de Washington y además, perjudicar a los republicanos en la contienda electoral.
En lugar de haber aprovechado las circunstancias para lograr una ayuda material para los cubanos e iniciar tentativamente un acercamiento que, comenzando con la ayuda humanitaria hubiera podido extenderse a otros aspectos, el grupúsculo que desgobierna la isla, una vez más ha pasado por alto al pueblo, que con gusto habría recibido a la comisión ofrecida por Washington y cualquier ayuda que se le facilitara, antes o después de una evaluación.
La dictadura tenía otra carta escondida: Hugo Chávez. Mientras rechazaban la ayuda norteamericana, menospreciaban la ofrecida por el exilio y se empezaba a conocer la magnitud de los daños, calladamente negociaban con Chávez no solo los recursos para enfrentar los desastres ocasionados por Ike y Gustav, sino también los que necesitan para atenuar los dos últimos años de parálisis causados por la evidente ineptitud de Raúl y el grupo sucesorio. Con un aumento de la subvención venezolana la dictadura cree que podrá afrontar los problemas económicos y políticos que tiene por delante. El estado cubano, por supuesto, tendrá que comprometerse aun más con la supervivencia de Chávez. El pueblo cubano tendrá que pagar las consecuencias, pasará ahora a ser un peón de los designios hegemónicos de Caracas, como antes lo fue de la URSS.
Hugo Chávez no tiene otra alternativa, no es cuestión de solidaridad, es un asunto de seguridad para ambos regímenes. Una debacle política en Cuba lo dejaría sin su más importante aliado en este continente, un socio que, aunque hoy le cueste entre dos y tres mil millones de dólares anuales, tiene todo el conocimiento y los expertos en materia de espionaje, subversión y terrorismo que necesita el coronel venezolano para consolidar su poder autocrático en Venezuela. Chávez sabe que un eventual gobierno demócrata en Cuba no solamente lo dejaría sin esos recursos, sino que podría convertirse en su peor enemigo.
Ese gobierno cubano empezaría por liberar del compromiso a los más de 23.000 cubanos en Venezuela, que hoy trabajan apuntalando a Chávez y reciben sueldos de esclavos. Ese gobierno apoyaría como nadie en Latinoamérica a las fuerzas democráticas venezolanas, sin excluir la asistencia económica y militar que ellos necesitaran, en su esfuerzo por derrocar a Chávez. Tendría, además de un compromiso de solidaridad con los venezolanos demócratas, el deseo de saldar cuentas con el chavismo y el interés de negociar con Venezuela la compra del petróleo en términos favorables, que Cuba necesitará durante su reconstrucción democrática.
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